[Cortina de la Oruga: The time to run de Dexter Britain]
Narradora: Hola esta es la Oruga. Un podcast para pensar el presente desde nuestras memorias.
[Música de desfile militar que continua unos segundos detrás del testimonio]
Luis: Desde niño me encantaba sentarme a ver el desfile militar. Todo completo, desde que comenzaba hasta que terminaba, junto a mis hermanas, a las que también les gustaba. Mi papá era del ejército. Vivíamos en la Villa Militar junto con toda la familia. Teníamos en la casa una foto de cuando mi papá participó en un desfile. Desde esa época se me metió en la cabeza, ese bichito de “yo voy a estar ahí también”.
Postulé a la universidad, pero la verdad es que yo quería ir a la Escuela Militar. Así que hablé con mi papá y él se lo tomó a bien. Le agradó la noticia, también a mi mamá. Pero ahora que lo pienso creo que no me expresaron sus temores. Porque yo no me daba cuenta de lo que estaba pasando en el país, estaba entusiasmado por mi carrera, pero ellos, ellos seguro que sí se daban cuenta de lo que se podía venir.
[Cánticos de entrenamiento militar]
Narradora: Cuando Luis estaba por ingresar a la Escuela Militar a inicio de los 80, el Perú sufría los años más sangrientos del conflicto armado interno, atentados, asesinatos y masacres eran cosa frecuente. Buena parte del país estaba bajo estado de emergencia y allí eran enviados los soldados a enfrentar a Sendero Luminoso en un combate brutal.
Narradora: Esta es la Oruga, un podcast para pensar el presente desde nuestras memorias. El episodio de hoy es “el militar”.
Luis: Los días en la escuela Militar fueron duros, era normal que te digan “perro”. Además, si tú eras trigueño por allí´ te gritaban “serrano”, cholo de mierda y otras cosas. Además, estaban los golpes. A veces te hostigaban hasta que tú mismo pidieras tu baja. Cuando te levantaban de madrugada y te hacían rotar y te castigaban, no te castigaban en el sentido de golpear, sino te castigaban físicamente, te hacían agotar extremadamente. Si tú nunca habías aprendido a dormirte parado, allí aprendías a dormirte parado. O si estabas con tu fusil y te vencía el sueño, entonces “¡pum!” se caía el fusil y tú desesperado sabías que venía la masacre para tu sección, porque como decía mi instructor: “cuando uno erra, todos erran, y cuando uno paga, todos pagan”. Considero que era necesaria la disciplina, pero no en exceso. Yo ya sabía que estar en la escuela militar iba a ser algo muy duro. Pero me había mentalizado. Me acuerdo que le dije a mi papá “así me den de comer tierra, yo no voy a salir de la escuela, porque esto es lo que yo quiero”. Yo iba a ser un gran oficial.
[Música: Himno del día de la Bandera]
Luis: La ceremonia oficial del 7 de junio era nuestra primera salida hacia el exterior de la escuela. Ese día la entrega de armas la hacía tu mamá. Es como si tu madre te entregara a la escuela, al ejército, a la institución. Y tú juras lealtad a la bandera. ¿Por qué la mamá?, porque la madre representa la madre patria y allí te entrega el arma con la que vas a defender a tu patria. Es una ceremonia bien bonita, bien emotiva, porque tú recibes el arma y en ese momento ya te sientes un soldado.
Luis: “Nunca me va a tocar eso”, decía yo. Nunca pensé verme inmerso en ese conflicto social. Yo creo que esa misma percepción la tuvieron mis compañeros cuando entramos a la escuela militar porque yo decía “cuando yo salga de la escuela esto ya habrá acabado”.
Narradora: Luis no lo sabía entonces, pero el conflicto estaba muy lejos de acabar, los mandos lo sabían y los iban preparando.
Luis: Empezamos a recibir instrucción de militares que ya habían estado en la zona de combate. Estos nos transmitían su conocimiento sobre ese enemigo sin rostro, difícil de identificar. Nos decían que era carnicero, que si te agarraba vivo te sacaba la lengua, te sacaba los ojos, te mataba a pedradas, te cortaba los testículos. Un enemigo bárbaro que si podía te hacía explotar en pedazos, o te emboscaba furtivamente y te asesinaba. De la población quechuahablante los instructores lo mínimo que nos decían es que esa gente estaba sojuzgada, asustada, que se dejaba influenciar o que actuaba bajo la presión de los senderistas. Era difícil diferenciar quienes estaban con Sendero. Un senderista podía ser hasta un profesor, cualquiera que estuviera por allí, que se haya dejado influenciar por esa doctrina. Sendero se aprovechaban muchas veces de esa masa.
Narradora: Como sea, preparados o no, los egresados tendrían que ir. Cuando Luis egresa de la Escuela Militar en la década de los 90, inmediatamente es destacado a la zona de emergencia, y viaja al temible Ayacucho, del que le hablaban las noticias y sus superiores.
[Música: Putka Mayu en acorde de guitarra]
Luis: Sería el 90, lo primero que hice fue cargar el cajón de un amigo que había sido asesinado por sendero unos días antes. Mis compañeros me contaron que como venganza trajeron siete cabezas en un costalillo. Eran las cabezas de siete terroristas. Y tú decías “¿qué es esto? Si te ponías en el lado de la camiseta del ejército, pensabas «pucha madre, yo conocía al soldado que han matado”, “bien muertos están los terroristas». La patrulla que había sido atacada de alguna forma había tenido su venganza, tuvieron la oportunidad de ir a la persecución. Y me preguntaba, ¿y si yo hubiera sido parte de esa unidad?… Entonces mi impresión fue de temor, de pena, de tristeza. Mucha pena de enterarme que habían matado a una persona que yo había conocido. Y de ver al jefe de patrulla que salió con un caballo y vino con siete cabezas y se las tiró al General.
Narradora: Ese fue el primer día. Muchos días como ese llegaron y se fueron. Luego pasaron los meses y como oficial debió hacerse cargo de sus propios soldaditos. De la tropa, o como él los llamaba, de sus “hijos”.
Luis: Yo era un “pinche” porque recién ascendía de subteniente a teniente, la última rueda entre los oficiales, pero tenía que solucionar las cosas prácticas de mi tropa. Y para que la tropa no se levantara, para que no se revelaran, como en cuatro ocasiones me vi obligado a robar. Salíamos en grupo. Claro, no asaltábamos a la gente, pero sí conseguíamos la comida, traíamos la carne, para paliar el hambre, para la tranquilidad de ellos y la mía también, para evitar problemas. Se puede decir que yo robaba por mis soldados. Hubo muchos casos en los que la tropa hasta mató a oficiales porque han sido abusivos, porque se habían portado mal con ellos, porque les faltó su rancho, porque les han sacado su propina, porque no les daban de comer, porque se quedaban con sus chicas.
Narradora: Así era la vida real en la zona de emergencia. Las horas de patrullaje, las botas arruinadas, las medias de lana de oveja para aguantar el frío. Frío, hambre, la espera por el abastecimiento. Patrullar sin radio, sin enfermero, con miedo.
Luis: Y tenía que tener mil ojos porque en cualquier momento los soldados podían agarrase algo y guardárselo. Una vez encontré a dos soldados subidos encima de un muerto, era un muertito que se hallaba en el barranco. Los chiquillos estaban encima como buitres. Yo decía: “¿qué hacen estos cojudos?” estaban que lo chancaban. Y les digo “¡oe carajo!, ¿qué hacen?”, “no mi teniente, es que tiene un diente de oro” y no sé qué más. “¡Carajo, sal, sal!” Y los boté. Estaban allí con un alicate y una piedra, tratando de sacarle los dientes de oro. Así era. Tú tenías que tener tino para tratar a los soldaditos, no miedo, tino, porque de repente ya se creían unos rambos. Tenías que ganártelos, pero entre ese tino y ganártelos tú tenías que hacerte respetar. Tú eras el oficial, eras el jefe de patrulla, tenías que llamarles la atención, era una situación a veces conflictiva. Yo les decía “hijos”, y ellos me veían como un padre. Cuando eras un buen oficial, te llegaban a querer, podían dar hasta la vida por ti. Yo les enseñaba a leer, a escribir, les daba al menos un poquito de formación. Yo he vivido con la tropa y me siento bien porque nunca fui un abusivo con ellos, les daba lo que tenía que darles.
[Sonidos de grillos]
Luis: Yo nunca violé a una chica, pero mis soldados sí. Era la enamorada del cabeza de tropa. Al enterarse el capitán tomó la justicia en sus manos. No los mató, pero sí los flageló con un alambre grueso y que se emplea para limpiar el cañón del fusil, el “baquetón”. Ese baquetón, yo lo vi doblarse, se doblaba en la espalda, en las piernas de los soldados. Yo no podía hacer nada. No pude hacer nada. Yo no sé si la justicia que se tomó el capitán merecía esa sanción, o si merecía denunciarlos y llevarlos a la policía, o someterlos a la justicia, no sé. Yo si hubiera sido jefe de base, la verdad que no sé cómo hubiera reaccionado. Lo único que yo hice fue llamarlo al chico, el que estaba con la chica, y decirle que estuviera tranquilo, que no fuera a tomar venganza. Mira lo que el capitán ha hecho, le dije. Ya luego me enteré que el capitán habló con la mamá de la chica y que le dio dinero.
Narradora: Tierra de hombres. Tiempos de silencios. De pocas palabras. Para saber, había que preguntar.
Luis: En una oportunidad capturamos a un subversivo, nos dijeron que era un mando, y en esa situación tú tenías que tratar de obtener alguna información. Nadie me dijo cómo se hacía, de repente allí alguien salió y dijo “oye cuélgalo, amárralo de los brazos, cuélgalo y allí va a cantar”. Y sí, lo he hecho, definitivamente lo he maltratado para que me diga lo que yo quería saber, pero era una persona bastante concientizada. Era increíble ver cómo necesitaban, te gritaban, te insultaban, estaban tan concientizados con su ideología, con su causa, que no hablaban. Estaba allí en esa base con uno de mi promoción y le dije “hasta acá nomás” porque qué más le voy hacer. Él aplicó otras formas, de repente más agresivas, combinando métodos, si se puede decir, métodos ya drásticos. Vi cuando lo comenzó a hundir en un cilindro y el señor este se iba a ahogar, y entonces como no hablaba le echó detergente, que lo estaba ahogando más aún. Pero aun así el pata este no hablaba. Para mí fue la única vez que he tenido la oportunidad de participar en un interrogatorio, que de alguna manera fue…, de cierta manera fue torturarlo, fue tortura porque le hacíamos eso, ¿no?
Narradora: Los sospechosos eran detenidos, pero se negaba la existencia de calabozos y de torturas.
Luis: A cualquier lugar donde había una persona detenida la denominábamos calabozo, todas las bases tenían uno. Nos enteramos que la Cruz Roja había llegado y estaba visitando las bases. Lo que nos decían es que ellos sólo salvaban a los terroristas. Que eran amigos del enemigo. Mi capitán ordenó que a uno que teníamos detenido ese día en la base lo escondiéramos. Y efectivamente, a la hora más o menos, llegó la Cruz Roja, un gringo alto y una chica en su carrito blanco. Y les dije “¿a qué se debe su llegada?”, y ellos “que usted sabe, que las leyes de la guerra, que esto, que lo otro”. Bueno, inspeccionaron todo, y cuando llegaron al calabozo tuve que mentirles. Y ya.
Narradora: Estás escuchando “El Militar”, un episodio de La Oruga, un podcast para pensar el presente desde nuestras memorias.
[Sonidos de grillos]
Luis: Llegaba a pueblitos, todos abandonados. Y daba pena. Unas seis manzanitas con su iglesia. Dos o tres familias por ahí. Y veías las pintas de Sendero. Cuando llegabas la gente te atendía bien o la gente se escondía para no prestarte apoyo, porque si te prestaban apoyo se sentenciaban a morir, porque venían después “los compañeros” y si se enteraban de esto los podían matar. Tú pensabas que todo el mundo te miraba, o pensabas de repente que todos son terrucos.
Narradora: Durante su estancia en Ayacucho, Luis estuvo destacado en diversas bases militares y participó en varios enfrentamientos con Sendero. Patrulló por innumerables días los anexos de las comunidades ayacuchanas. Cuando le llegó el momento de regresar a Lima, aún le quedaba por hacer una última patrulla.
[Sonido de viento fuerte y lluvia]
Luis: Esa puna era inmensa, todo era silencio, y caminábamos, no había cuando llegar a un sitio, y comenzó a llover, a llover fuerte. Los caballos por inercia nada más caminaban. Y comencé a sentir que las gotitas se metían por aquí, por allá. Nunca en mi vida había sentido tanto frío. Y me puse a llorar, así, encima del caballo, pero no a gritos. Me puse a llorar de miedo…, de frío, y me decía, “¿qué hago acá?”, ¿“por qué me he metido en esta carrera? Me pueden matar. ¿Por qué tengo que cumplir las órdenes, por qué tengo que arriesgarme y arriesgar a mi tropa?”. Eso me decía. Y me quedé llorando en silencio. Se me escapaba por allí un suspiro, pero el ruido de la lluvia disimulaba mis lágrimas. En medio de la nada, de pronto, encontramos una casita abandonada. Nos sentamos en el suelo, nos sacamos los zapatos para que se sequen, las medias para exprimirlas, luego el pantalón, y un chiquillo bien mosca prendió fuego y nos juntamos toditos alrededor. Esa noche…, esa noche me arrepentí de haber sido militar.
[Música: “Adiós pueblo de Ayacucho” en acorde de guitarra]
Narradora: El tiempo ha pasado y de esos muchachos de la tropa ¿qué fue? Muchos se quedaron allí, muertos, locos, heridos. Otros regresaron, pero distintos. La guerra que pelearon acabó, pero aún hoy hay quienes la viven, quizá por el resto de sus días. Los que sobrevivieron caminan en nuestros pueblos y ciudades. Anónimos.
Luis: Porque la cicatriz está allí, el hombre que sale de eso queda marcado, como cuando se clava en la madera. Allí donde ha estado el clavo, siempre, quedará una huella.
[Música “Adiós pueblo de Ayacucho”]
[Cortina de la Oruga: The time to run de Dexter Britain]
Narradora: Gracias por compartir con nosotros este episodio de La Oruga, un podcast para pensar el presente desde nuestras memorias. Hemos escuchado “El militar”, una historia real, contada por su protagonista, bajo el nombre ficticio de Luis. Soy Rosa Vera, narradora de este episodio. Las entrevistas con Luis estuvieron a cargo de quien habla, y el guion es resultado del trabajo del equipo de investigación del que formo parte junto a Tamia Portugal, José Carlos Agüero y Francesca Uccelli. La producción es un trabajo de La Plebe, con edición de audio de Katia Villavicencio y coordinación de Teresa Cabrera. En este episodio hemos escuchado a Renzo Aroni Sulca interpretando Putka Mayu y Adiós Pueblo de Ayacucho. Para nuestra cortina hemos usado The Time To Run, un tema de Dexter Britain, liberado bajo una licencia Creative Commons. La Oruga es parte del proyecto el presente de la memoria del Instituto de Estudios Peruanos. Puedes escuchar los episodios de nuestra primera temporada desde nuestra web la oruga.pe, donde encontrarás más información acerca de las historias, y también ideas de cómo usar este material en tu escuela, universidad o grupo de estudios. Te invitamos a compartir este contenido si te ha parecido interesante. Síguenos en SPOTIFY y búscanos en redes sociales como LA ORUGA. Hasta pronto.
[Cortina de la Oruga: The time to run de Dexter Britain]